domingo, 9 de enero de 2011

Una cosa es ser bohemio, y otra ser un guarro

Con esta premisa tan clara empiezo esta entrada. Y es que lejos del propósito de este blog (que es expresarme, mostrar algo bello, etc) os vengo de nuevo con una "crítica como consumidora", y es que telita con lo que me ha pasado hoy.


Todo ha empezado tras una charla en la Alameda de Hércules con mi amiga Ana. Como comenzó a llover decidimos entrar en un bar, y yo le comenté que había uno donde hacían tés, que con el fresco que hacía entraría muy bien. En un principio, aunque un poco desastroso y algo sucio, el bar en sí no estaba muy mal (estaba peor que la última vez que lo pisé). Pero claro, nuestros 2 regalitos de la tarde noche vendrían más tarde. El té no estuvo mal... pero cuando fuimos al baño, cual fue nuestra sorpresa que sólo había 1 baño, (el otro estaba averiado), cuya puerta no cerraba, y que estaba repugnantemente sucio. Y se os ocurrirá, "será que nunca has entrado en un baño sucio", si, vale, sucio sí, pero porque no se limpia desde el día anterior pero este, podría llevar perfectamente 1 semana sin limpiarse. Si sólo hubiera sido ese el problema, no le habría dado tanta importancia. Pero he aquí nuestro segundo regalito de la noche. Cuando Ana estaba volviendo del baño, pasó un ratón en dirección al almacén, y yo casi paralizada del "asco-miedo-impotencia", le decía, "Anita, no te quedes ahí quieta, que he visto un ratón".






Como es normal, tras esto, nos fuimos de dicho bar, que está claro que diré su nombre, el bar Platea de la Alameda de Hércules, que muchos conoceréis, y que después de esto dejo a vuestra elección el ir o no ir. Y tras esto, voy a intentar averiguar cómo conseguir una inspección sanitaria para este establecimiento, que en esas condiciones no tendría ni que seguir abierto.
Y es que una cosa es que el bar sea acogedor, cálido, moderno, hippie e incluso bohemio, y otra muy distinta es que te coma la mugre, porque hay que ser muy descuidado, querer poco a tu clientela, y por qué no decirlo, hay que ser guarro, para mantenter en esas condiciones el bar.

martes, 4 de enero de 2011

Tienda fantasma

¿Cuántas horas de mi infancia he pasado esperando a que a mi madre le tocara el turno en esa tienda? Algunos días me gustaba, otros me producía alergia.
Pero hoy, cuatro hombres con sus brazos cruzados en su espalda, sin el brío y la guasa de antaño, de semblante serio y preocupado.
Pleno invierno y telas de verano, de otros años, de otra vida.
Pero ellos siguen viendo en su imaginación una tienda llena, como si el trabajo les desbordara no se acercan para aconsejarme, no me preguntan.
Sólo hablan de que todos los sitios están igual, que todas las tiendas están vacías ...
Quizás sea verdad eso de que mal de muchos, consuelo de tontos







La foto la eché en mi ciudad natal, Jerez de la Frontera, donde escribí lo que me pasó minutos antes en la tienda fantasma.