Todo ha empezado tras una charla en la Alameda de Hércules con mi amiga Ana. Como comenzó a llover decidimos entrar en un bar, y yo le comenté que había uno donde hacían tés, que con el fresco que hacía entraría muy bien. En un principio, aunque un poco desastroso y algo sucio, el bar en sí no estaba muy mal (estaba peor que la última vez que lo pisé). Pero claro, nuestros 2 regalitos de la tarde noche vendrían más tarde. El té no estuvo mal... pero cuando fuimos al baño, cual fue nuestra sorpresa que sólo había 1 baño, (el otro estaba averiado), cuya puerta no cerraba, y que estaba repugnantemente sucio. Y se os ocurrirá, "será que nunca has entrado en un baño sucio", si, vale, sucio sí, pero porque no se limpia desde el día anterior pero este, podría llevar perfectamente 1 semana sin limpiarse. Si sólo hubiera sido ese el problema, no le habría dado tanta importancia. Pero he aquí nuestro segundo regalito de la noche. Cuando Ana estaba volviendo del baño, pasó un ratón en dirección al almacén, y yo casi paralizada del "asco-miedo-impotencia", le decía, "Anita, no te quedes ahí quieta, que he visto un ratón".
Y es que una cosa es que el bar sea acogedor, cálido, moderno, hippie e incluso bohemio, y otra muy distinta es que te coma la mugre, porque hay que ser muy descuidado, querer poco a tu clientela, y por qué no decirlo, hay que ser guarro, para mantenter en esas condiciones el bar.